GAMIFICACIÓN
en la clase:
vivirla en persona
desde el otro lado
de la clase
crónica
No ha sido la primera vez que me he parado frente a un grupo de ojos curiosos a decirles mi nombre, de dónde vengo y qué es lo que hago allí. Sin embargo, hoy he logrado algo mucho más complicado, he logrado no ser sólo quien se para en frente como si fuera dueño del conocimiento, sino en quien busca enseñar y aprender a la vez.
Quienes han sido mi ejemplo a seguir durante estos 4 años de carrera universitaria, me miraban ahora desde el asiento desde donde yo los veía en sus clases, atentos, curiosos de lo que iba a suceder. En ese salón de clases los esperaban ya las primeras pistas que escondí sobre lo que aprenderían hoy, sin saber que desde ahora podrían transformar para siempre sus futuras clases.
Seis en total, cuatro hombres y dos mujeres, buscaban desesperadamente tarjetas con palabras clave para el inicio de la clase. Se subían en los asientos, se agachaban debajo de las mesas, movían las cosas por todo el lugar y abrían puertas y ventanas cuales niños jugando a las escondidas. La primera recompensa fue para quien consiguió la mayoría de tarjetas, ganándose la primera estrellita del día; sin embargo, fueron todos los ganadores al unificar habilidades y armar entre todos el concepto principal de la clase que sin darse cuenta ya habían empezado a jugar: Gamificación.
Con todos sentados en círculo, era notorio el cambio en su mirada, estaban en una clase muy diferente a las que están acostumbrados a dar y a recibir, conscientes ahora de que cada mecánica aplicada sería importante para su aprendizaje.

Con los ojos vendados y en grupos de dos ahora buscaban objetos en una caja. Mientras uno de ellos veía cuidadosamente un llavero, una cinta adhesiva, un candado, el otro integrante del grupo se debatía entre qué podía ser cada cosa y con sus manos sentía algo suave como lana, algo redondo y duro como una canica, y algo pequeño y peludo como un peluche. Veinte segundos después y como era de esperar, quienes no tuvieron la venda en los ojos recordaron más objetos de la caja, mientras los que no pudieron ver lo que tocaban decían poco a poco los objetos que creyeron sentir.
Claramente existió una diferencia entre ambas pruebas, las cajas eran las mismas, la cantidad de objetos la misma, pero la capacidad con la que afrontaron el desafío no lo era. Muchas veces en las aulas de clase nos sentimos así, cegados. La presión no nos deja pensar ni actuar como podríamos hacerlo si tuviéramos lo necesario para lograr un objetivo. Las tareas, los exámenes y otros trabajos muchas veces se convierten en las vendas que en ese momento tenían los profesores. Si se los tratara con objetivos alcanzables y con la motivación suficiente, todos podríamos recordar exactamente cuántos y cuáles objetos había en la caja.

Después de conocer el estrés de las vendas que a veces el día a día nos pone en los ojos, es importante reconocer lo que nos motiva a levantarnos cada día, a aprender y a enseñar. Era una pelota lo que ahora guiaba la clase y el aprendizaje. De mano en mano la pelota indicaba el turno de cada quien, con ella dirán lo primero que venga a su mente cuando deben ponerse a ellos mismos una motivación para trabajar, para ejercitarse, para leer un libro, y para dar su clase.
Entre risas y gritos se escuchaba por un lado: “¡El sueldo!”, “¡Conocer nuevos estudiantes!” - por el otro lado. “¡Aprender!” - finalmente. Entre confusiones y algunas frases sin sentido, la mayoría de ellos concordó en algo: la importancia de sus estudiantes y la motivación por aprender. Ahora, muy despiertos, estaban preparados para la prueba final: cambiar su propia metodología de enseñanza.
Hablando entre sí y recogiendo las tarjetas y otros materiales de la clase, en grupos de tres, preparaban cuidadosamente la dramatización de una clase tradicional y de su nueva clase gamificada. De pronto, empezó la clase que todos hemos recibido alguna vez, con un profesor en frente y alumnos sentados en los pupitres, con conceptos complicados, con explicaciones simples, en fin, con un ente como dueño del conocimiento y con alumnos que se preguntan si esa clase es realmente importante o si podrían no asistir sin perderse de absolutamente nada.
Después de una clase monótona y sin nada en especial, no necesitaron más tiempo para disponer una clase con una dinámica lúdica que permita a sus alumnos ir más allá de simplemente recibir información. Con imitaciones de profesores y alumnos dieron paso a una clase de locución para radio, y con una dramatización de una película, dieron paso a un debate entre la ética y la moral de cada ser humano. Así, sin mayor esfuerzo, profesores y alumnos eran un mismo grupo y entre todos se brindaban motivación y apoyo para cumplir sus objetivos de la mejor manera.

Al final de la clase todos tenían una sonrisa en su rostro, no faltaron sus felicitaciones y sus buenos deseos. Todos estuvimos de acuerdo con que una metodología gamificada sería lo que potencie sus clases, pues ahora eran conscientes de que sus alumnos necesitaban ir más allá de una simple motivación cuantitativa. Enseguida la clase quedó vacía, y mientras recogía las tarjetas, la pelota y las cajitas llenas de objetos, comprendí la verdadera responsabilidad de enseñar y el gran desafío que había dejado ahora en sus manos.